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Adoración. 


Recorrió su brazo, un brazo fuerte, de tendones vivos y de piel suave, cuyo extremo era una mano de dedos finos y delicados que conocían el secreto para hacerla estremecer de deseo. Luego, acarició su cara y dejó ir su mano desde la frente hasta la barbilla, tocando su sien, su mejilla, sus labios entreabiertos... Después, le tocó el turno al cuello, ancho, vigoroso. Detuvo los dedos sobre la vena yugular y escuchó su pálpito. Todo en él era vida, todo él la pertenecía como ella era suya sin condiciones.

De repente, oyó un ruido que provenía del exterior, un leve tintineo de llaves.

- Hasta mañana, amor mío –le susurró-, y le cubrió con una suave tela inmaculada.

La estaban apremiando para que acabase de una vez la restauración del cuadro, pero cómo poner fin al amor de su vida.

 

Rosa María Bobillo. Octubre de 2014

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