top of page

Una noche de Reyes.

 

      En la noche del cinco de enero, tras las cortinas de una de las ventanas de la casa de ladrillo rojo que hay al final de la calle empinada, en la salida del pueblo, unos ojillos abiertos y espabilados vigilan cada movimiento que pueda producirse fuera, por insignificante que parezca. Es Carlos que, alerta, como una lagartija, se ha propuesto no dormir esta noche. Mientras cenaba, prometió a sus padres acostarse temprano, pero hizo la promesa cruzando los dedos índice y corazón de las manos, escondidas tras su espalda. Su amigo Dani le aseguró una vez que, haciendo ese gesto, la promesas no valen, de modo que lo pone en práctica cuando le conviene.

       Tiene sueño, pero permanece descalzo, a oscuras, escrudriñando la calle, esperando conseguir lo que lleva anhelando desde hace varios días, ver el paso de los Reyes Magos montados en sus camellos y cargados de regalos y de juguetes. Su habitación no es un modelo de orden precisamente. Los juguetes están tirados por el suelo, bajo la cama, incluso sobre la mesa en la que hace los deberes cada día. Donde normalmente hay libros, cuadernos y lápices a medio acabar, ahora está su colección de bichos. El despliegue es tal que su madre se las ve y se las desea para atravesar la habitación sin pisar alguno de ellos.

       Hace ya una semana que envió su carta a los Reyes Magos y la echó en el buzón de correos de la plaza cuando su padre le llevó a casa de Dani. A su amigo le gustan los coches teledirigidos y ha pedido uno grande de color negro. Carlos, sin embargo, ha pedido dos cosas que quiere sobre todo: el "Superzoo desmontable" y el mecano que vio en el escaparate de la juguetería del pueblo, que es casi tan alto como él. Por eso, esta noche está atento a los ruidos y a las sombras que se ven en la calle. Si tiene suerte, podrá ver a Melchor, a Gaspar y a Baltasar. Dani le ha dicho que, seguramente, vendrán en muchos camellos, porque es imposible traer todos los regalos y a los pajes en tres solamente, aunque viajen unos encima de otros. ¡Qué burrada! Lo lógico -piensa Carlos-, es que los camellos tiren de unos carros llenos de paquetes y, como la casa de Dani está cerca de la plaza, han acordado que vigilarán a la vez, así que, si su amigo no se ha quedado dormido, estará mirando hacia la calle, como él, para comprobar quién tiene razón.

       De repente, Carlos oye un sonoro "gong" en la habitación de sus padres, es el reloj que está colgado en la pared. Mira el de su mesilla y ve que ya son las doce y media. Lo cierto es que está empezando a aburrirse, no puede encender la luz, ni jugar ni entretenerse mientras espera si no quiere que sus padres se despierten y le obliguen a meterse en la cama, de modo que no le queda otra que aguantarse. Está seguro de que el gran acontecimiento sucederá de un momento a otro. Unas luces iluminan las paredes de pronto. Carlos se pega al cristal pero..., ¡no es lo que cree! Se trata del vecino que vive enfrente, que llega ahora en coche a su casa.

      Decide que estará más cómodo sentado. Retira a su elefante africano de la silla en la que lo puso por la mañana, acerca ésta a la ventana y se sienta, cruzando las piernas como si fuese un indio, tal como lo ha visto en uno de los cuentos que tiene en la estantería. ¡Ajá, así se está mucho mejor! -piensa-. Deja volar la imaginación, cambia de postura varias veces y, al final.... ¡se queda dormido!

      Mientras tanto..., fuera se ha levantado un poco de viento que mece las ramas desnudas de los árboles. No hace demasiado frío. Una extraña sombra -que semeja una larga caravana formada por hombres y animales-, se desliza silenciosa por las fachadas. Se detiene un poco en cada casa, permanece quieta unos momentos, después, reemprende su sigilosa marcha. Así, una y otra vez por todo el pueblo hasta que, al cabo de un buen rato, la sombra llega a la fachada de la casa de ladrillo rojo, pero, a estas alturas, Carlos sigue durmiendo plácidamente sentado en su silla.
       
     A la mañana siguiente, cuando despierta, muy temprano aún, ¡ya no está en la silla, sino en su propia cama, bien arropado y calentito! Al estirar las piernas, sin querer, da una patada a unos bultos. Abre bien los ojos y ve con asombro que a los pies de la cama hay dos cajas, una enorme, envuelta en papel azul muy brillante y otra, más pequeña, forrada con papel de colores. Se pone nervioso y se da cuenta de que los Reyes han venido y él no se ha enterado, no pudo permanecer despierto y tendrá que preguntarle a Dani si ha tenido más suerte y ha podido verlos. No puede contener más las ganas y abre los regalos rompiendo el papel.¡Tiene su zoo y su mecano! ¡Está tan ilusionado que no sabe con qué jugar primero!

     En ese mismo momento, Sus Majestades los Reyes Magos, cumplida su misión un año más y a salvo de ser descubiertos, toman chocolate caliente y rico roscón con frutas y nata en la cocina de su palacio, allá lejos..., en Oriente. 


Rosa María Bobillo, 2008 
Revisión, 2017

IMG_20160317_221850.jpg
bottom of page