Firmin es una rata. Una rata que nace en el trasfondo de una librería de Boston y que aprende a leer comiéndose, literalmente, las páginas de los libros con las que su madre preparó el nido para el nacimiento de su prole. Firmin percibe desde el inicio de su vida que su madre no tiene el instinto maternal que él necesita, que sus hermanos no le tienen por un igual. Tampoco él se siente ligado a los suyos y, de hecho, cuando su madre le fuerza a conocer la vida fuera del cobijo del sótano de la librería, decide que su hogar no está fuera, sino allí.
La librería es su hogar, su mundo, estanterías llenas de libros de todo tipo que le convierten en una rata culta y solitaria en busca perpetua de compañía, de compañía humana. El dueño de la librería es el primero en quien confía y también el primero que le decepciona. Su segunda oportunidad, un escritor que está de vuelta de todo y enfermo, es también un tren de paso.
Sam Savage consigue que empaticemos con Firmin desde el primer momento. Es tan conmovedor que nos olvidamos de que es una rata. Reflexiona, se entristece, ríe, canta, descubre, se asombra, baila, toca el piano, sueña, se siente herido, explora. Ama y anhela un futuro mejor. Como cualquiera de nosotros.
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