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Luz de juventud. Ralf Rothmann

  • Foto del escritor: rosamariabobillo
    rosamariabobillo
  • 27 oct
  • 2 Min. de lectura

Luz de juventud es la historia del momento en el que un niño se da cuenta de que ya no lo es tanto, y se da cuenta también de que, contrariamente a lo que ocurre con su hermana, que sigue, ella sí, siendo una niña, él comienza a entender que no todo es de color de rosa, que los adultos que viven a su alrededor esconden y mienten, que hieren adrede y que odian. Que desprecian, se desentienden y se desorientan. Y entiende que él también miente y esconde ya, como ellos. Y sabe que tiene que comenzar a tantear, a sopesar qué preguntas hace y cuáles no, y a valorar cómo las hace, porque las respuestas ya no van envueltas en algodón, los demás ya no se molestan en engañarlo, en inventar historias para mantenerlo en la inocencia, sino que le dejan patente que ya es uno de los suyos, que debe encarar y solucionar sus propios problemas porque nadie los va a solucionar por él y que, no siempre, su curiosidad o su intención de ayudar son bien recibidas.


Es un niño de los años sesenta en una de las cuencas mineras de Alemania. Vive en un barrio deprimido, a veces salvaje, en el que cada quien va a lo suyo y las amistades no son de verdad. Un barrio en el nadie intima con nadie, pero donde se conocen aquellos detalles más vergonzantes, más comprometidos y graves, como si hurgar en la herida de otro, hiciera que la propia dejara de de doler, como si airear la falta de otro, hiciera que la propia no se viera.


El padre de Julian -así se llama el protagonista-, es minero, un hombre que ha perdido la ilusión en la negrura de los húmedos pozos de la mina. Su madre es eso, una madre, una ama de casa, una esposa que está harta de serlo y de que su marido no la quiera. Harta de una vida que no le presenta ningún aliciente prometedor y harta de las estrecheces económicas. La familia de Julian no es una familia feliz, como no lo son las familias que viven en su mismo barrio, como no lo es el viejo desastrado que vive en la maltrecha casa, casi en ruinas, a la que acuden a jugar todos los chicos de la zona. Julian quiere a su hermana y la cuida, no con la experiencia, sino con la intuición. Y su hermana le cuida a él ofreciéndole su inocencia, recordándole que, hasta ahora, él ha sido así, igual que ella. Sophie es el único hilo de ingenua bondad que se mueve por la novela, el único personaje radiante que el autor se permite incluir entre toda la amalgama de hombres, mujeres y adolescentes, que se mueven entre la apatía, el abandono y dejadez. La luz de la juventud de Julian es la luz que le hace ver aquello que su infancia se había encargado de ocultar: la vida, tal como es, incluida la luz del sol que entra por la ventana en su habitación vacía, y le lleva, de nuevo, al último rincón de infancia que le queda.


Una gran novela, muy humana, del escritor alemán Ralf Rothmann.


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